Las especies invasivas que llegan a nuevos ecosistemas marinos y amenazan a las especies autóctonas son un gran peligro económico, ecológico y para la salud. Para paliar esta situación, en septiembre entrará en vigor un Convenio con importantes medidas de prevención.
Los ecosistemas marinos se ven amenazados constantemente, y desde hace mucho tiempo, por las posibles especies invasivas (microbios, pequeños invertebrados, bacterias, larvas, huevos, etc) que viajan en el agua de lastre de los buques, que sobreviven y que comienzan a reproducirse en el medio de acogida, lo que amenaza a las especies autóctonas y puede llegar a convertirse en plaga.
Para intentar poner remedio a esta situación, y sus consecuentes peligros económicos, ecológicos y de salud, en el año 2004 se aprobó el Convenio BWM sobre la gestión del agua de lastre y el sedimento de los barcos, que finalmente entrará en vigor el próximo 8 de septiembre con la adhesión de 55 países, lo que supone más del 50% de la flota mercante mundial.
Este acuerdo impulsado por la Organización Marítima Internacional obliga a implantar un plan para gestionar el agua de lastre y a llevar a bordo un libro registro con las actividades desarrolladas, así como un certificado internacional de gestión del agua de lastre y los sedimentos. El Convenio señala que este plan deberá ajustarse a normativas determinadas, aunque éstas se irán introduciendo de forma gradual. En la práctica, es más que probable que los barcos tengan que instalar a bordo un sistema de tratamiento de agua.
Otros aspectos que señala el Convenio en su articulado obligan a los puertos e instalaciones donde se realicen trabajos de limpieza y mantenimiento de barcos a tener sistemas de tratamiento de sedimentos; impulsan la investigación científica y técnica; recalcan la labor de vigilancia de cada país sobre las aguas bajo su jurisdicción; y obligan a un reconocimiento y certificación de los buques.
Aunque ya se registraron algunos problemas de este tipo a principios del siglo pasado, concretamente en 1903, no fue hasta el desarrollo del comercio cuando se empezó a tomar conciencia de este hecho y los científicos comenzaron a estudiar posibles soluciones, siendo Canadá y Australia los primeros países que dieron la voz de alarma.